2/6/11

Chikuasen tachia lismej itech sayoj se ixtololo / Seis miradas nahuas en un solo ojo



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Si existe algún punto en común entre el conjunto de las artes y los lugares donde uno las encuentra, no es el hecho de que todas las artes apelen a un cierto sentido universal de la belleza. El punto común reside en el hecho de que ciertas actividades están específicamente diseñadas en todas partes para demostrar que las ideas son visibles, audibles y tangibles, que pueden ser proyectadas en formas donde los sentidos, y a través de los sentidos, las emociones puedan aplicarse reflexivamente.

Geertz, C. (1994 : 146)


Han transcurrido 17 años desde que Carlota Duarte en 1992, creó el Proyecto Fotográfico de Chiapas “con el objetivo de facilitar a la gente indígena el acceso a implementos y materiales fotográficos, ayudándoles a adquirir habilidades en el uso de la cámara y en los procedimientos del cuarto obscuro.” (Duarte, 1998: 8). Más recientemente se instauró en 1998 el Taller Fotográfico de Guelatao en Oaxaca, dirigido desde sus inicios por Mariana Rosenberg, en el cual además de enseñar a utilizar una cámara manual, preparar los químicos, revelar la película e imprimir fotografías en blanco y negro, se realizaron sesiones de crítica y edición de imágenes.

Aunque tales esfuerzos, son y seguirán siendo un referente obligatorio para la historia de la fotografía étnica y para quienes intentamos formar jóvenes fotógrafos indígenas, hoy en día se requieren objetivos distintos a aquellos, dado que los grupos étnicos y sus realidades se han transformado considerablemente. Por un lado, el fenómeno creciente de la migración y los intercambios con otras culturas, han propiciado que las y los jóvenes indígenas estén cada vez más familiarizados con el uso de cámaras fotográficas o de video digitales, celulares, y computadoras. Por el otro, los avances tecnológicos han prácticamente cerrado las puertas del cuarto oscuro y abierto el camino a los procedimientos digitales, en los que el Internet y las crecientes redes sociales han adquirido un auge tan notable que involucrarán tarde o temprano a los grupos indígenas. Al final, como resultado inevitable de estos procesos, somos testigos de la manera acelerada en que se desdibujan las fronteras de la otredad.

Bajo este complejo contexto se generó la propuesta de dar un taller de fotografía digital a un grupo de jóvenes nahuas, entre 14 y 18 años, de la comunidad de Yohualichan, Cuetzalan. El taller tuvo como propósito brindar a los jóvenes indígenas herramientas teóricas, estéticas y técnicas para elaborar un proyecto fotográfico colectivo, a través del cual pudieran reflexionar sobre su propia cultura y presentar los resultados obtenidos en un blog comunitario, un libro electrónico y una exposición. [1]

Desde el comienzo del taller, fue menester preguntarse si las y los jóvenes se consideraban a sí mismos indígenas, en qué contextos y bajo que parámetros; así como si pensaban que compartían una cultura que les permitiese desarrollar un proyecto común y si les interesaba reflexionar sobre ella. Estas cuestiones obviamente no podrían ser resueltas por completo en un breve taller; no obstante, fueron planteadas con el fin de no caer en supuestos que pudieran ensombrecer el proceso creativo. [2]

Una vez que las y los jóvenes respondieron afirmativamente a tales interrogantes, el siguiente paso fue definir un punto de vista desde el cual encausar este proyecto fotográfico. El reto fue entonces alejarnos, retomando a García Canclini, de las concepciones multiculturales que reconocen “la diversidad de culturas, subrayando sus diferencias y proponiendo políticas relativistas de respeto, que a menudo refuerzan la segregación” e intentar acercarnos más al concepto de interculturalidad que enfatiza la confrontación y el entrelazamiento que acontecen cuando los grupos entran en relaciones e intercambio y que implica entender “que los diferentes son lo que son en relaciones de negociación, conflicto y préstamos recíprocos”(Canclini, 2004:15).

En este sentido, se trabajó para que las y los jóvenes se enfrentaran al intercambio de representaciones visuales que subyace a toda interculturalidad, a través de la observación de imágenes de grupos étnicos hechas por fotógrafos indígenas o por fotógrafos de otras culturas -sea desde el campo del arte (fotografía) y/o la ciencia (antropología). Las fotografías de autores como Nacho López o Mariana Yampolsky, demostraron tener vigencia y significación para las y los jóvenes, al activar su memoria o emoción, así se expresaron sobre una imagen de Yampolsky
[3] “demuestra el llanto de los corazones destrozados; es muy hermosa porque dan a entender la tristeza de las personas ocasionada por algo malo”; en tanto que las imágenes contemporáneas de Eniac Martínez, Federico Gama o Ernesto Lehn, despertaron su reflexión y curiosidad al destacar la aparente diferencia con respecto a su cultura, así recapacitaron sobre una foto de los mazahuacholoskatopunks de Gama[4] “me llamó la atención porque en mi comunidad tengo vecinos que fueron a la ciudad y regresaron con nuevas creencias, la ciudad los absorbió”. Mientras que la obra de los fotógrafos indígenas de Chiapas como Maruch Sántiz, que podría resultarles más cercana en tiempo y espacio, prácticamente no resultó de su interés.

La revisión de fotografías sobre los nahuas de Cuetzalan les permitió a las y los jóvenes fotógrafos observar la manera en que han sido históricamente representados, detectar algunas características recurrentes en dichas imágenes, tales como el predominio del blanco y negro o el retrato en exteriores, y pensar en elaborar contrapropuestas de cómo quieren mirarse y ser mirados, sobre lo cual espero este libro constituya un primer aporte.
Mediante la construcción colectiva de las características que consideraron propias de su comunidad, las y los jóvenes determinaron los temas que representarían fotográficamente según sus propios intereses.

De este modo, Aureliano Juárez eligió abordar los espacios con leyendas; Brenda Ángeles el trabajo; Brenda Márquez la naturaleza; Didier Ángeles las pirámides; Marta Antonio las artesanías y Teodora Hernández la comida.

En el presente libro podemos observar interesantes resultados de la interculturalidad en sus fotografías como la de los llaveros o servilleteros de Marta, en donde espontáneamente retrata un tipo de “artesanía turística”, diferente a la “artesanía tradicional” de los bordados y tejidos. Aquellos objetos, que pueden ser entendidos como externos a la cultura nahua, se mezclan con elementos internos de la misma cultura, como lo son las pirámides o los voladores de Yohualichan en un objeto que termina por ser expresión del sincretismo cultural. De igual forma se puede encontrar lo intercultural en la foto de Didier sobre sus amigos jugando futbol en el área de las pirámides, en lugar del histórico juego de pelota o en la imagen de la iglesia construida con piedras extraídas de las pirámides.


Marta Antonio


Es observable también en las imágenes de Brenda Márquez sobre las palomas enjauladas, el perro amarrado o las serpientes disecadas, que ponen en entredicho la idea de que las comunidades indígenas tienen una relación más armoniosa con la naturaleza. Lo que nos atrapa de estas fotos además de su valor compositivo, son justo estos puntos de conflicto que coexisten con otras formas de relación hombre-naturaleza.No obstante, pese a las innegables relaciones entre la cultura nahua y otras culturas, no todo deviene en modificaciones significativas. En estas imágenes, también podemos ver que en ciertos niveles de la interculturalidad, la identidad cultural tendiente a ser cada vez más sociocomunicacional que territorial, permanece sin ser plenamente diluida por la globalización en ciertos circuitos socioculturales ligados a lo étnico. (Zubiría, 2001:19).

Las fotos de Teodora sobre los alimentos tradicionales y sus respectivos procedimientos de preparación; algunas actividades laborales retratadas por Brenda Ángeles; las blusas de labor, junto con otros detalles de la vestimenta fotografiados por Marta y algunos lugares míticos de Aureliano son plena muestra de ello.


Teodora Hernández

Aureliano Juárez

Debido a la hibridación de elementos y sentidos a los que una imagen puede dar vida, fue preciso considerar la perspectiva Emic de las y los jóvenes fotógrafos; es decir, la representación interna que tienen sobre su propia cultura y cuya prueba según Marvin Harris, es “la correspondencia con una visión del mundo que los participantes nativos aceptan como real, significativa y apropiada” (Harris, 1983:28).

Acorde con ello se incluyeron los textos explicativos de las y los jóvenes acerca de sus propias fotografías, con la intención de favorecer que se apropiaran visualmente y por escrito de su propia realidad. Los textos que se construyeron personalmente con cada uno de las y los fotógrafos sobre algunas de las imágenes seleccionadas, destacan elementos significativos que las fotos por sí solas no hacen evidentes para un observador externo a esta cultura y a veces ni siquiera para los propios habitantes del lugar.

Buscamos respetar la propia cultura visual de las y los jóvenes fotógrafos, sin que ello evitase compartirles elementos de composición y narrativa visual, ampliar sus conocimientos fotográficos y adentrarlos en el manejo de programas digitales de fotografía. Constituye todo un reto promover el acceso a las nuevas tecnologías para hacer que los grupos étnicos y las y los jóvenes fotógrafos hagan suyas dichas herramientas con fines creativos. El breve ejercicio de composición digital que realizamos en el taller para alentar su acercamiento a los programas de fotografía, es sólo una provocativa muestra de cuanto falta por hacerse en este sentido. Es fundamental ahondar en las razones por las que han dado poco uso del blog que se construyó (www.yohualnet.blogspot.com) y encontrar formas para propiciar la participación activa, constante y autogestiva de las y los jóvenes indígenas de manera que sus trabajos puedan abrirse camino en el mundo del arte y la cultura en general.


Brenda Márquez

Si como bien apunta Geertz, estudiar una forma de arte significa explorar “una sensibilidad característica en cuya formación participa el conjunto de la vida —una sensibilidad en la que los significados de las cosas son las cicatrices que los hombres dejan en ellas” (Geertz, C, 1994: 122) es posible que Aureliano Juárez, Brenda Ángeles, Brenda Márquez, Didier Ángeles, Marta Antonio y Teodora Hernández hayan dejado ese tipo de cicatrices a su comunidad, tanto con su experiencia como con su sensibilidad, individual y colectiva.

Se trata de una forma de arte que guió las imágenes del tema que cada uno adoptó y que inspiró las fotografías que no pertenecen a su tema, pero que complementan la visión de sus compañeros y compañeras. De ahí el título que conjuntamente eligieron, Chikuasen tachia lismej itech sayoj se ixtololo / Seis miradas nahuas en un solo ojo, para expresar que como jóvenes fotógrafos miran desde un punto en común: el de su propia cultura, el de las cosas que valoran, les gustan y apasionan, el de querer conocer y reconocer con profundidad a su comunidad a través de la fotografía y el de provocar que los que no somos parte de su comunidad -según su propias palabras- podamos ver más allá de donde vivimos. Y yo agregaría, más allá de lo que somos y sentimos.

Valeria Vega

Bibliografía
Duarte, Carlota en Maruch Sántiz. 1998. Creencias de nuestros antepasados. México, CIESAS, Centro de la Imagen.
García Canclini, Néstor. 2004. Diferentes, Desiguales y Desconectados. Barcelona, Gedisa.
Geertz, Clifford, 1994. Conocimiento local. Ensayos sobre la interpretación de las culturas. Barcelona, Paidos.
Zubiría, Sergio, Ignacio Abello y Marta Tabares. 2001. Conceptos básicos de administración y gestión cultural. Madrid, OEI.



[1] El taller de Fotografía Digital, organizado por Espacio Espiral A.C., fue impartido en Cuetzalan, Puebla del 10 de octubre al 7 de noviembre y 19 y 20 de diciembre de 2009, por un equipo interdisciplinario: Valeria Pérez Vega (etnóloga, dedicada a la investigación fotográfica), Elisa Rugo (fotógrafa y comunicóloga visual) y Ehekatl Hernández (diseñador gráfico). Pamela Castillo (fotógrafa) nos apoyó gentilmente en la práctica fotográfica de Todos Santos.

[2] El taller se estructuró en 5 módulos teórico-prácticos de fines de semana, con intervalos intencionados para que las y los jóvenes se llevaran las cámaras digitales a lo largo de la semana y fotografiaran su comunidad según el tema elegido por ellos(as) mismos(as).

[3] Yampolsky, Mariana. 1993. Mazahuas, Gobierno del Estado de México y el Instituto Mexiquense de Cultura.

[4] Gama, Federico. 2008. Mazahuacholoskatopunks. México, INJUVE.